sábado, 31 de diciembre de 2011

  Es ahí, justo en ese momento que surge como ideal o perfecto, cuando la leve presión de tan solo una falange sobre el mando del dispositivo, logra transportar en una quietud casi mística un momento, un espacio, un sentimiento, una forma, a través de los confines del tiempo. Se entabla una relación simbiótica entre la herramienta y el organismo: los ojos se transforman en lentes, la retina en el elemento fotosensible, hasta que la complementación se vuelve tan estrecha que ya no se logra concebir a la cámara como algo externo; se ha vuelto un órgano más de nuestra anatomía.
  Luego se hace inevitable no pensar cada instante de la cotidianeidad a través de fotografías; el solo hecho de observar ya no satisface, es necesario capturar cada imagen para perpetuar la sensación que ha provocado al descubrirla; es necesario 
acechar a todas y cada una, apuntar con el objetivo, disparar, hacerla nuestra.  




R. Vásquez Acevedo


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